miércoles, 2 de abril de 2025

ABEL

Abel llevaba más de una hora atrapado en la autopista. El calor subía del asfalto y se colaba en su coche, un viejo Ford con las ventanillas a medio bajar, el aire acondicionado muerto desde hacía meses.

Los nudillos de su mano derecha tamborileaban sobre el volante, un ritmo irregular que solo servía para desgastar aún más su paciencia.

La radio, siempre sintonizada en Radiolé, apenas conseguía tapar el coro de bocinazos y maldiciones del atasco. Abel la apagó de golpe. No estaba para distracciones. La pelea era esa noche, y él seguía atrapado en el tráfico como un imbécil.

Texto e imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Giró la cabeza hacia el asiento del copiloto. Ahí estaban los guantes, medio rotos, el cuero gastado en los nudillos tras demasiados asaltos en gimnasios mugrientos. Junto a los guantes, una botella de agua caliente rodaba sobre el asiento. La agarró, le dio un trago y la escupió por la ventanilla.

Joder.

El calor era asfixiante. Hasta el aire sabía mal.

Faltaban unas horas para el combate. No era una pelea cualquiera: era su gran oportunidad de salir del agujero.

Su entrenador había insistido:

Si ganas este combate, Abel, vienen los contratos serios. Dinero de verdad. Pero tienes que ir con todo. Este tipo no es cualquier matao.

Abel lo sabía. Pedro «El Tarántula» era un cabrón peligroso, con fama de mandar a sus rivales al hospital. Pero no tenía opción. Lo que le iban a pagar esta noche apenas alcanzaría para tapar las deudas con el casero y lo que debía en la esquina donde solía apostar, pero le permitiría sacar la cabeza del hoyo.

El sudor le resbalaba por la frente y le empapaba el cuello. Se pasó la mano por el pelo corto, intentando despejarse. El tráfico seguía inmóvil.

Dos coches más adelante, un tipo con camisa de tirantes salió del coche y empezó a gritarle a otro:

¡Muévete, hijo de puta! ¡Qué cojones estás haciendo ahí!

Abel lo observó con indiferencia.

De repente, sintió el teléfono vibrar en el bolsillo. Lo sacó rápido, pensando que era su entrenador. No, era Susana. La pantalla mostraba su foto, esa que él mismo le había tomado una noche, cuando ella reía, despreocupada. Abel dudó un segundo antes de contestar.

¿Qué pasa, Susi? —dijo, seco.

¿Dónde estás? ¿No deberías estar ya en el gimnasio?

Su tono era directo, casi cortante, pero con una pizca de preocupación.

Tráfico. Estoy atrapado. Ten calma.

Pues date prisa. No quiero otra excusa barata, Abel. Esta pelea tiene que ser tuya.

Lo sé, joder. Lo sé.

Colgó antes de que ella siguiera. No quería escuchar más sermones.

Suspiró y se dejó caer contra el respaldo del asiento, mirando el cielo opaco a través del parabrisas. Estaba acostumbrado a las broncas, pero ese día todo pesaba el doble. El tráfico. La pelea. Susana. La vida misma.

De un volantazo, giró hacia el arcén, esquivando baches sin levantar el pie del acelerador. Tenía que llegar. No podía permitirse otra derrota, no esta vez. A medida que avanzaba, el aire caliente se volvía aún más sofocante, como si el sol cayera directamente sobre él, vigilándolo.

La radio, que había vuelto a encender sin darse cuenta, anunció con su voz metálica:

Se ha registrado otro accidente en el acceso sur. Dos carriles bloqueados.

Abel golpeó el botón para apagarla, maldiciendo entre dientes. La cabeza le palpitaba, un tambor retumbando en su cráneo.

El coche se detuvo en seco al llegar a un cruce. Un camión oxidado bloqueaba la salida, ocupando todo el paso.

Bajó la ventanilla y sacó la cabeza.

¡Muévete, cabrón!

El conductor ni se inmutó. Seguía discutiendo con alguien en el asiento del copiloto.

El motor del camión tosió una nube de humo negro, y Abel sintió el calor pegajoso en la garganta.

Miró el reloj. Menos de treinta minutos para la pelea.

«No puedo quedarme aquí», pensó.

Abrió la puerta y salió del coche, dejando atrás botellas vacías y guantes desgastados. Al pisar el suelo, el asfalto ardiente le quemó las suelas. Golpeó con los nudillos la puerta del camión, pero nadie respondió. La discusión seguía en el interior de la cabina como si él no existiera.

Respiró con dificultad. El rugido del tráfico se mezclaba en su cabeza con las bocinas. Su pecho subía y bajaba rápido, como si estuviera en el último asalto de un combate.

Al final, dio un paso atrás.

Volvió a su coche, abrió el maletero, sacó una mochila con lo esencial y empezó a caminar.

Cada paso era un golpe contra el suelo caliente. La camiseta se le pegaba al cuerpo, el sudor le escocía en los ojos. Pero no se detuvo. Pasó entre coches atascados y rostros indiferentes. Sentía la mirada invisible de todos ellos, y también un vacío creciente en el pecho.

El gimnasio estaba demasiado lejos. Lo sabía. Pero moverse le mantenía cuerdo, aunque cada minuto que pasaba le arrebatara un pedazo de esperanza.

Al cruzar un puente peatonal quedó inmóvil, hipnotizado. Desde allí, la autopista parecía un hormiguero hirviendo, una masa interminable de coches atrapados.

Sacó el teléfono de la mochila y vio una notificación de Susana. No la abrió.

¿Qué iba a decirle? ¿Que no iba a llegar? ¿Que otra vez la vida le había pasado por encima?

Apoyó los brazos en la barandilla y dejó caer la cabeza. Cerró los ojos, intentando bloquear el ruido, el calor, la frustración.

Podía sentir su propio pulso en las sienes, pesado y lento, como un reloj sin prisa.

Abrió los ojos y miró hacia abajo. El asfalto reflejaba el sol con un brillo cegador.

Un coche pasó lentamente por un camino lateral. Un niño pequeño asomó la cabeza por la ventanilla. Lo señaló con una sonrisa inocente, ajeno al caos de la autopista y a los demonios en la cabeza de Abel.

El boxeador sonrió apenas, un gesto involuntario, y se apartó de la barandilla.

La vida en el barrio siempre había sido así: un combate tras otro, golpes que a menudo no podías esquivar y te mandaban a la lona con los huesos rotos.

Esta vez no habría campana para salvarlo.

Pero aún podía caminar.

Con pasos lentos y firmes, volvió a la autopista.

©Nitrofoska

Otros relatos:

Más, en la pestaña RELATOS de esta web
o en este ENLACE

domingo, 30 de marzo de 2025

BESO

Hola, androides, ¿cómo van esos besos?

Foto: Igor Mukhin
Click para ampliar

viernes, 28 de marzo de 2025

EDÉN

Hola, sacos de tornillos, ¿cómo se presenta el día?

Foto: Frank Kunert
Click para ampliar

miércoles, 26 de marzo de 2025

CANTAR CASI → LOS PÁJAROS

Hola, hermosas criaturas del cosmos. Hoy os traigo mi poema CANTAR CASI junto con la obra gráfica LOS PÁJAROS, que creé para ilustrarlo. También el vídeo homónimo que hemos realizado en la banda LITERACCIÓN. Poesía, imagen, luz, humo y ruido, muy mezclado. A disfrutar. 

Texto e imagen: Nitrofoska 

LITERACCIÓN LOS PÁJAROS: Luis Lamadrid, Paco Utray, Federico Duplá, Aitor Montes Odriozola, Cuencas Vacías y Mimisme.

Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

CANTAR CASI

derroche,
acción,
derroche de acción
bordea la cornisa
sin escape,
como liebre escondida
entre la maleza,
pies desnudos por la hiedra
que crece con fiereza,
crece, crece,
casi crece
y a veces sonríe en la niebla
cuando tú apareces,
y es que tu sonrisa lo ilumina todo,
hasta los gallos abrasados por el desorden,
hasta el desorden abrasado por cuentos inacabables
que sin embargo,
un día,
terminan y te encuentran
tendida en la cama, con las manos entrelazadas bajo la nuca,
rodeada de pájaros, siempre,
siempre donde estás tú hay pájaros
volando en el cielo,
y aletean,
sonríen,
y el día es inmenso
y el mundo es pequeño, te cabe en una mano
y tiemblo solo de pensar
que en un momento voy a verte,
y te veo,
y es entonces cuando la comisura
de la liebre
derrocha acción
entre la maleza
abrasada por los gallos
de crestas rojas
y olas rojas
y mentes rojas
y excusas rojas
y rojas palabras que no cesan de repetirse
mientras los relojes se alojan en tu cabeza,
cuántas cosas inútiles en tu cabeza,
cuánto tic-tac inútil en tu cabeza,
deja, deja, deja de contar los minutos,
si total tienen todos 50 o 60 segundos
o alguno más pero esos no cuentan,
como tus besos en invierno,
secos, oscuros, traviesos, pero no,
solo oscuros,
y cesan,
en la noche,
en la oscuridad
de tu pelo,
y callan
los pájaros,
esos pájaros que nunca callaban
callan ahora
y no lo entiendo,
no lo quiero entender
y miro a otro lado, al verano,
al verano de al lado,
al verano que quema,
al sol que abrasa,
al aftersun que brilla en la arena
y me deja las manos pringosas
porque es grasa,
es grasa para que la piel no sufra,
dicen,
me dijeron,
creo que para eso sirve
embadurnarse de grasa,
embadurnarse de cien cosas su-per-fi-ciales
y te hundes,
ahora ya sí el mar te cubre
y yo asustado pensando que te ahogas,
que esta vez sí que te ahogas
de tanto esperar que suceda,
que los pájaros vuelvan a cantar en tu ventana
y en la mía, que es la misma ventana
por donde veo el mundo
que gira, enloquecido,
blandiendo estandartes de colores vivos,
banderas
escudos
violetas
amapolas
incienso y opio
en la cripta donde te adoro,
donde te quité esa falda de color rojo y oro
por primera vez
y me la comí mientras fumabas
los codos en la ventana,
qué rica estaba
aquella falda,
aquella blusa también
pero la falda estaba mejor,
mejor planchada,
perfumada con jazmines,
como tus manos
de dedos firmes,
de dedos largos
que acarician
y acarician
y acarician
y a veces hasta creo que me desmayo
de las oleadas que me provocas, niña,
con tus pájaros violetas,
tus mañanas de tortilla francesa,
esos balcones con tiestos y cenefas,
aquella bonita camiseta
que escapa de la demolición
como la fruta fresca,
que escapa de la podredumbre
porque tú la pintas de fresa,
que escapa del aroma inmune
cuando entras tú en la fiesta,
que escapa de un sinfín de laberintos
que se tuercen,
se complican
en tinglados de hierro oxidado,
muy oxidado,
que te miran con sorna cuando te atraviesan el vientre,
y duele,
duele pero escapé,
pienso,
escapé de aquella como de tantas otras
y los pájaros siguen ahí, siguen y siguen y siguen ahí,
cantan, pían, remueven los arbustos,
picotean lo que tengan que picotear
y se van a otro lado,
frescos, los pájaros siempre están frescos,
picotean como si nada
y si se pone a llover se guarecen
en el hueco de un árbol,
ahí, ahí, en el hueco de ese árbol donde anidan
los más hermosos pájaros es donde te veo a ti,
donde estás tú,
donde vives,
y quiero vivir yo también junto a ti,
aunque igual ya ni siquiera hay pájaros
y me los he imaginado yo
o los hemos imaginado los dos
o los ha imaginado el androide supremo
o ni siquiera son pájaros,
dice alguien
ahí,
desde el fondo,
siempre hay alguien que opina cuando dices algo
y se queda tan anchx,
llevas toda una vida pensando en pájaros
y en violetas
y en escamas
y en susurros de hielo
y viene alguien y opina y te lo tumba en un momento
o no
que si los pájaros no existen
o sí
que si los pájaros no vuelan
sobre tus caricias,
que si los pájaros destapan
tus arañazos,
que si los pájaros
son siempre los que muerden,
los que minan el tiempo,
los que sonríen al clavar el puñal,
los que elevan el vuelo y te dicen
algo en inglés
o en francés
o en chino,
en realidad no importa
porque nunca entendiste a los pájaros
y ahora, al escucharte hablar
pareces un experto en pájaros,
ornitólogo mayor del reino
hablando de plumas y vuelos,
solo lo intento,
está bien, inténtalo,
pero poco, pero casi,
no nos rompas la cabeza a todos
con tanta paloma,
con tanto mirlo,
que los demás no sabemos
cómo es su plumaje,
dónde está su nido,
aquí lo que vuela quema gasolina, amigo,
lo que nos gusta
son aviones que despegan furibundos,
motores de explosión y llamas de acero,
nos gusta que sea así, ¿entiendes?,
no nos vengas con tu alpiste, tus trinos
y tus huecos en los árboles,
¿pero qué árboles?,
los árboles no existen,
nadie los ha visto,
y si alguien los ha visto
ya no los recuerda,
y si los recuerda es porque los vio en un documental o en la tele
en color, en dolby,
como marca la ley,
porque allí afuera hace frío, y viento, y no se puede estar,
no se puede amar ni sentir,
lo sabes bien,
allí afuera vive el monstruo de la libertad,
la peligrosa libertad que huele fuerte,
la trampa libre que nos muestra
como un canto de sirena,
que es posible la ilusión,
la libertad,
que es posible el sueño continuo,
la libertad,
que somos capaces de alcanzar el horizonte,
la libertad,
que nada está tan lejos como se ha dicho,
tan lejos o más que la muerte,
que es el fin
o no
la muerte
no
tu ausencia
sí,
es el fin
para mí,
sin tus pájaros,
sin tus cantos,
sin los días apretados
que terminan sin haber empezado apenas,
casi te veo,
en la penumbra,
y canto,
canto casi entre las velas,
canto casi entre las sombras
y los vuelos
y las sonrisas que brillan,
la tuya,
en mil reflejos de arroz entre tus labios,
sobre tus párpados,
sobre tu pecho de fuego helado,
sobre tus caricias y tus manos,
tus arañazos,
tus besos dorados
y el intenso deseo
de que tus pájaros estén allí todavía
y canten una vez más
para ti,
canten una vez más para mí,
canten una vez más para los dos

© Nitrofoska

→ → → Vídeo LOS PÁJAROS:



>>Más sobre LITERACCIÓN en este ENLACE<<


Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

>Más obra de Max Nitrofoska en este ENLACE<

lunes, 24 de marzo de 2025

EL ATRACO

Hola, androides. Hoy les traigo un nuevo vídeo desde nuestro asteroide LITERACCIÓN.

Es un atraco. Es EL ATRACO. Disfrutanka.

domingo, 23 de marzo de 2025

GRAN VÍA

Madrid, Gran Vía, 1956. Buenos días, androides.

Foto: Desconocidx
Click para ampliar

viernes, 21 de marzo de 2025

NITROFOSKA TOP MODEL

Hace unos días recibí por Instagram un mensaje de un ser humano inglés, de Inglaterra. Me dijo que estaba buscando modelos originales, fuera de lo común para vestir las camisetas que él mismo diseña y fabrica.

Me propuso enviarme algunas de sus prendas para que yo las vistiera, me fotografiara con ellas y subiera las fotos a mi web y mis redes.

Imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

No me pareció mala idea. Pero durante la conversación, en un momento dado, mi interlocutor inglés desapareció. Yo pensaba que estaría decidiendo qué camisetas enviarme, o de qué modo, pero lo que recibí fue el siguiente mensaje, en inglés, como se desarrolló la conversación. Este es el mensaje traducido:

«Hola y bon dia. Siento haber estado callado, pero, para ser sincero, he estado intentando averiguar quién eres a través de algunos amigos en España, pero no he obtenido una respuesta satisfactoria. Así que voy a ser directo y preguntarte sobre tus opiniones políticas: ¿eres de izquierda, derecha o centro? Perdona por ser tan directo.»

Esta ha sido mi respuesta. Esta vez en español. Por lo menos, que se tome la molestia de traducir.

«Qué bueno, tú y tus amigos de España me habéis hecho feliz, todo mi camino en estos años no ha sido en vano. Al fin estoy fuera de ese tándem maquiavélico y esquizoide izquierda-derecha. No me puedes encasillar, te resulta difícil ponerme una etiqueta. Fantástico.

Gracias por el cumplido. Ese era mi objetivo principal cuando me presenté como androide a la alcaldía de Madrid en 2011.

Si quieres saber algo sobre mí puedes averiguarlo por ti mismo en mi web. Ahí tienes más de 50 poemas míos, además de una docena de relatos, todo en abierto. También mi música, algunas de mis canciones. Y dos libros que he escrito, disponibles en Amazon y en la web de la editorial, uno de ellos traducido al inglés. También tienes más de 1000 entradas en mi blog.

Espero que vender camisetas se te dé mejor que encontrar modelos para lucirlas. Un saludo. Cuídate.»

Buenos días, mis androides. A disfrutar.

miércoles, 19 de marzo de 2025

EL PLATO PERFECTO

El restaurante no tenía nombre ni dirección. No había letrero ni reservas, ni listas de espera ni críticas en los suplementos gastronómicos. Su existencia era un rumor entre los círculos más cerrados de la ciudad: inversores que jugaban con su propia quiebra, actores con el rostro marcado por cirugías excesivas, arquitectos que diseñaban edificios imposibles en la Costa Azul. Lo mencionaban en voz baja, como un pecado confesado sin culpa.

Si tienes suerte, te encontrarán ellos —me dijo un productor de cine, con el aliento húmedo por la ginebra. Lo encontré dos semanas después en su apartamento, desnudo y con los ojos fijos en el techo. La policía cerró el caso como un ataque cardíaco.

El chef se llamaba Montalbán. No era su verdadero apellido, pero nadie usaba nombres reales dentro del círculo. Su cocina era un reflejo de su personalidad: meticulosa, sin adornos, reducida a la esencia de la experiencia. No importaban los ingredientes, ni el origen de los productos, ni las recetas. Solo el impacto.

Texto e imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Se hablaba de clientes que habían probado su plato estrella y no habían querido volver a comer otra cosa. La expresión exacta variaba —unos decían que la comida los había «perfeccionado», otros que habían «trascendido»—, pero el patrón era el mismo: desaparecían. Sin dejar rastro.

A finales de agosto, recibí la invitación. Un mensaje en mi teléfono, sin número de remitente: «Estás preparado». La dirección llegó unas horas después.

El lugar estaba en el sótano de un antiguo edificio de oficinas, en un barrio donde la gentrificación aún no había erradicado del todo los solares vacíos ni las ratas que corretean a plena luz del día. La puerta era de acero, sin pomo ni timbre. Antes de que pudiera tocar, se abrió desde dentro.

La mujer que me recibió tenía la piel tersa y los ojos brillantes, como si hubiera sido diseñada en un laboratorio de bioingeniería. Me guio por un pasillo iluminado con lámparas de luz fría. Al fondo, la sala del comedor.

No había ventanas, solo una única mesa de mármol negro rodeada por sillas de diseño. Tres personas ya estaban sentadas, en silencio, con los ojos bajos. Vestían trajes oscuros, y sus rostros parecían haber pasado demasiado tiempo sin luz natural. Una atmósfera de anticipación flotaba sobre ellos, como si estuvieran a punto de presenciar un ritual.

El chef apareció sin anunciarse. Alto, delgado, con un uniforme impecable y guantes quirúrgicos. Colocó un plato frente a cada comensal. La carne tenía un color imposible, un brillo húmedo que no se parecía a nada que hubiera visto antes.

Coma —dijo.

El primer bocado fue una revelación.

La carne no tenía textura. No era fibrosa ni blanda ni elástica. No era grasa ni magra. No tenía un sabor definido, pero lo evocaba todo. Una memoria de todos los alimentos que había probado en mi vida se superpuso sobre mi lengua, como si las sinapsis de mi cerebro hubieran sido reconfiguradas para interpretar el gusto como un archivo infinito de experiencias gustativas. Un destello de infancia, el crujir del azúcar de una manzana en septiembre. La viscosidad de una ostra en una playa desconocida. El amargo retrogusto del caviar barato.

El segundo bocado fue distinto. Más preciso. Como si el plato se estuviera adaptando a mí. Lo que quedaba en el tenedor vibraba con una consciencia sorda, algo incognoscible pero familiar.

En algún punto dejé de masticar y simplemente absorbí la comida, sintiendo cómo su textura desaparecía en mi boca, como si nunca hubiera estado allí. A mi alrededor, los otros comensales ya no existían. Solo el plato. Solo la carne perfecta, cuya presencia borraba la necesidad de cualquier otra cosa.

Algunos lloran —susurró Montalbán a mi oído—. Otros intentan describir lo que sienten. Tú solo estás cayendo en el abismo.

Intenté responder, pero mi lengua estaba paralizada. Un cosquilleo me recorrió el pecho. Mi corazón latía con una cadencia anómala. Me obligué a levantar la vista. Uno de los otros comensales, un hombre de mediana edad con la mandíbula crispada y los ojos vidriosos, se llevó una mano al pecho y cayó de costado, derribando su silla con un golpe seco.

Nadie se inmutó.

La mujer que me había recibido apareció en silencio y lo retiró del suelo con una facilidad que no correspondía a su delgada complexión. Como si levantara un maniquí.

No todos están preparados —dijo Montalbán.

La luz de la sala parecía haber cambiado. O quizá mi percepción ya no fuera la misma.

¿Qué es esto? —conseguí murmurar.

Montalbán sonrió. Su rostro se veía más joven de lo que recordaba, como si el tiempo hubiera retrocedido algunos años en el breve intervalo en que lo había observado.

No hay palabras para describirlo. Pero tú, ahora, lo entiendes.

Miré el plato. Algo dentro de mí sabía que nunca volvería a probar otro alimento. Cualquier otro sabor sería un eco diluido de este instante, un reflejo turbio en la superficie de una memoria incompleta. Un hambre primitiva me recorrió el cuerpo.

No hay marcha atrás —dijo Montalbán, retirando mi plato con un movimiento preciso.

Sentí terror. Terror a perderlo. Terror a la ausencia.

Intenté aferrarme al plato, pero Montalbán ya lo había apartado. Me miró con una mezcla de desaprobación y lástima.

Mañana te darás cuenta. Cuando despiertes y entiendas que el mundo ha perdido toda su intensidad.

El aire de la noche me golpeó el rostro con la violencia de la asfixia.

Intenté recordar lo que había probado, describirlo con palabras. Cada intento se deshacía antes de concretarse. Como intentar recordar un sueño al despertar.

Detrás de mí, la puerta de acero del restaurante se cerró con un sonido hermético.

Empezó a llover.

©Nitrofoska

Otros relatos:

Más, en la pestaña RELATOS de esta web
o en este ENLACE

lunes, 17 de marzo de 2025

SUCESOS HUMANOIDES #49

Click para ampliar

domingo, 16 de marzo de 2025

ROMOLO Y REMO

Hoy es el cumple de mis tíos Romolo y Remo. En serio. A disfrutar.

Mis tíos androides Romolo y Remo
Click para ampliar

Romolo y Remo
Click para ampliar

Romolo y Remo
Click para ampliar

viernes, 14 de marzo de 2025

SERES NO HUMANOS

Foto: Gregory Colbert
Click para ampliar

jueves, 13 de marzo de 2025

CALMA

Buenos días, androides. ¿Cómo va ese sistema nervioso?

Foto: Nitrofoska
Click para ampliar

martes, 11 de marzo de 2025

DISTANCIA DE LUZ

Texto e imagen: Nitrofoska
Click para ampliar

Evoco tus imágenes, te veo deslizar el muslo
sobre el respaldo de ese sofá multiforme.
Multiforme no, lo que quiero decir es que el sofá
toma la forma que tú le das,
tú das forma a los objetos que te rodean,
a todo lo que te rodea.

Eres radiante en uno o varios frentes,
dices las cosas sin que nadie se dé cuenta
de que esta vez has alzado la voz.
Bueno, eso de alzado es un decir,
porque en realidad lo que haces es susurrar algo
en una lengua extranjera,
asiática, creo,
hablas en japonés,
como una geisha enfundada en un traje de seda,
mariposa atrapada en camisa de fuerza,
inmóvil y feliz dando zarpazos.

A menudo te veo en secuencias, como en el cine.
A una distancia de luz, te veo,
te siento.
Lejana y luminosa.

Me acerco al resplandor.
Voy a tocar tu piel multiforme.
No eches a volar.
Aún no.

© Nitrofoska

domingo, 9 de marzo de 2025

CÍBORGS

Hola, androides. ¿Cómo estáis, cómo va vuestra máquina?

Foto: Desconocidx
Click para ampliar

viernes, 7 de marzo de 2025

HUMO

Hola, ¿cómo van vuestras cosas?

Foto: @daganth
Click para ampliar
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...